Los consumidores pueden liderar el camino para presionar a las empresas tecnológicas con el objetivo de que respeten la seguridad y la democracia

Garry Kasparov 21 mar 2018

Ya llevamos varios meses de 2018 y el alcance las actividades digitales maliciosas ya se ha extendido.

El ejemplo que tiene presente todo el mundo es, sin duda, la intervención rusa en las elecciones presidenciales de 2016, que se ha confirmado ahora gracias a la investigación del fiscal Robert Mueller. El uso de las redes sociales por parte del Kremlin para avivar las tensiones partidistas existentes en EE. UU., gracias a una sofisticada operación multimillonaria, tuvo como resultado la presentación de cargos en febrero contra trece ciudadanos rusos y tres empresas.

Vemos los peligros de nuestras vidas repletas de alta tecnología en los titulares de las noticias todas las semanas y es fundamental que sepamos distinguir entre la histeria y las grandes amenazas. El mismo día que se produjo el primer accidente mortal de un coche sin conductor, se abrió fuego contra Facebook al descubrirse que una consultora electoral había recopilado la información de más de 50 millones de perfiles de esta plataforma. La muerte del peatón en Arizona es una gran tragedia que nos recuerda los riesgos y problemas que entraña el tratar de ir por delante en cualquier nueva tecnología. Sin embargo, las noticias sobre Facebook, y lo que ya se había difundido sobre el modo en que la plataforma se había llenado de noticias falsas y propaganda de Rusia, es mucho más importante respecto a las amenazas a las que tanto nosotros como la sociedad nos enfrentamos en nuestro entorno de alta tecnología.

El intercambio de sus datos personales a cambio de servicios es muy habitual porque funciona. Tal y como describe el experto Zeynep Tufekci la historia de Facebook en el New York Times, no fue técnicamente una filtración de datos, sino un tipo de negocio. Para los usuarios, parece que se trate de conseguir algo a cambio de nada y puede que sea así en el ámbito personal, al menos a corto plazo. Haber vendido toda la información que tienen sobre usted y sus redes sociales a anunciantes o a políticos puede parecer un poco espeluznante, pero ¿de verdad es tan malo? En primer lugar, tenga en cuenta que todos los datos personales que comparte a cambio de servicios no se quedan en un solo lugar. Normalmente, se venden, se comercia con ellos o se roban. Por otro lado, se aprovechan de los grandes riesgos que conllevan para la sociedad, lo que permite su segmentación y manipulación a un nivel que solo es posible en la era digital.

Ninguno de nosotros se va a «desconectar del mundo» ni va a eliminar todas las cuentas que tiene en las redes sociales, aunque los usuarios que lo hacen y los que amenazan con hacer un boicot son los que más probabilidades tienen de volver a inclinar la balanza de forma eficaz hacia la privacidad de las personas. Sin embargo, podemos protegernos mejor. El nivel de privacidad con el que vienen configuradas la mayoría de las plataformas de redes sociales de forma predeterminada es muy bajo, pero se puede reforzar. Esta modificación también se puede realizar en la configuración de algunos navegadores y determinadas aplicaciones de seguridad de terceros pueden llevar a cabo un trabajo todavía mejor. Además, si le inquieta la idea de que una empresa o un hacker puedan consultar su historial de navegación, la adquisición de una VPN es la opción cada vez más habitual. Si le parece mucha molestia, también lo es cerrar las puertas de su coche y su casa, y lavarse los dientes todos los días. Realizamos estas acciones por salud y seguridad, y la higiene digital es igual de importante.

Existen otros dos acontecimientos recientes que resaltan el poder de los abusos gubernamentales en el ciberespacio y que se producen todo el tiempo, ya estén los medios hablando de ellos sin parar durante unos días o se encuentren en el punto de mira hasta que surja otro escándalo importante. Hay cambios que podemos impulsar en nuestra infraestructura tecnológica y que nos ayudarán a estar más protegidos, aunque también se debe presionar a las empresas que crean y mantienen esas infraestructuras para que consigan que el entorno sea más seguro. Es necesario realizar cambios sistémicos para asegurarse de que los productos de innovación digital contribuyen a la prosperidad de las personas, y no al autoritarismo ni a la represión.

Macao, un territorio independiente situado en el sur de China, presentó hace poco su nueva legislación sobre ciberseguridad. Si se aprueba, se establecería un severo régimen de vigilancia en la región. Todos los usuarios de Internet tendrían que identificarse por completo, con sus nombres reales, en todas las actividades que realicen en línea y los proveedores de servicios de Internet, ISP, estarían obligados a guardar los registros de su actividad durante un año. Se crearían comités de ciberseguridad centralizados y locales para llevar un seguimiento de esta información, que trabajarían junto con agencias gubernamentales, supuestamente para evitar ciberataques. En pocas palabras, esta legislación sentaría las bases de un control estatal masivo bajo el pretexto de mejorar la seguridad nacional.

Macao, una avanzada portuguesa hasta 1999, sigue teniendo restos de libertades democráticas, que es el único motivo por el que las noticias sobre este programa estuvieron disponibles para todos. En el resto de la China, como en muchos otros estados autoritarios, ya se ha establecido una infraestructura digital totalitaria. Como hago siempre, le recuerdo que mientras muchos países libres también tienen funcionalidades potentes para recopilar datos, forman parte del tira y afloja con el control estatal, los medios, las ONG y los ciudadanos independientes. Ninguno de estos aspectos existe en una dictadura. Lo que importa es la forma en que un gobierno trata a las personas.

También en febrero, Instagram, la plataforma de red social propiedad de Facebook, eliminó recientemente publicaciones del activista de la oposición rusa Alexei Navalny después de que el gobierno ruso lo denunciara, y posteriores amenazas de prohibir servicios completos en Rusia. En las publicaciones, se mostraron pruebas de corrupción, que incluían material fotográfico y de vídeo procedente de un yate privado en el que se sugería que un importante oligarca ofreció un soborno al vice primer ministro. Rusia exigió que se eliminase el vídeo e Instagram acató la orden, aunque el vídeo sigue disponible en YouTube, de Google.

Es muy preocupante ver empresas ubicadas en EE. UU., que lograron el éxito gracias a la apertura y la rivalidad del mundo libre, sometidas voluntariamente a las exigencias de los sistemas autoritarios. En un país como Rusia, donde el Gobierno tiene un monopolio virtual sobre los medios tradicionales, las redes sociales son fundamentales para que los activistas lleguen a sus simpatizantes. Cuando Facebook elimina información confidencial por orden de una dictadura, apoya directamente la supresión de las voces discrepantes con ese régimen. También es necesario indicar que estos regímenes son un engaño. De hecho, prohibir Facebook e Instagram, Google y YouTube, o los iPhone, tendría como resultado una importante reacción en Rusia y en cualquier lugar. En cambio, estos regímenes disfrutan de una doble moral al acosar y censurar a estas plataformas propiedad de estadounidenses.

Empresas como Facebook, Google y Apple deben ejercer los principios que defienden. El progreso tecnológico no es un valor humano. La neutralidad no existe. Las afirmaciones de que son apolíticas son meras desviaciones, e incluso al no hacer nada se convierten en cómplices. Las empresas del mundo libre que dan poder a los regímenes más represivos del mundo deberían rendir cuentas. El mito de que la interacción económica solo ayudará a liberalizar a los gobiernos autoritarios se ha refutado repetidamente. Las dictaduras usan estas poderosas herramientas en contra de sus propias personas y de las naciones que las hayan creado. Es posible que no se hayan creado como armas, pero sí se usan como tal.

Los gigantes de la tecnología deben poner fin a esta doble moral, o falta de ella, aunque esto signifique quedarse fuera de ciertos mercados. Deben reconocer que cuentan con un enorme poder sobre la manera en que se conformará el futuro y, además, que la protección de la libertad y la democracia les conviene a largo plazo. Son la base de la innovación, un mundo sin ellas es un lugar en el que el potencial humano no se explota y los avances tecnológicos de futuro nunca se consiguen. Los clientes tienen la capacidad de impulsar estos cambios, hecho que es mucho mejor que la imposición de una regulación gubernamental que ponga en peligro el fomento de la innovación.

Está claro que, aunque los principales gigantes tecnológicos establezcan este enfoque progresista, seguiremos teniendo que enfrentarnos a amenazas. China y Rusia pueden desarrollar sus propias herramientas. Ya hemos visto a Rusia explotar los puntos débiles de la arquitectura de Internet (y la naturaleza humana) para falsificar las elecciones en el ámbito internacional. En cambio, China, cuenta con la ventaja de estar formada por una enorme población, gracias a la cual recopila una cantidad ingente de datos, hecho fundamental para progresar en el sector de la inteligencia artificial. Sin embargo, el mundo libre sigue teniendo un beneficio decisivo, pues contamos con una gran capacidad intelectual, creatividad y una gran ventaja. Y debemos luchar para mantenerla.

Después de todo lo que he dicho, me gustaría concluir con un homenaje a uno de los grandes visionarios de Internet y uno de los optimistas más firmes. John Perry Barlow, que instituyó la Fundación Frontera Electrónica (EFF), falleció a los 70 años de edad el mes pasado. La EFF es una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo es defender la libertad de expresión y la privacidad en Internet gracias a análisis de expertos, asesoramiento jurídico y campañas comunitarias.

Apoyo la misión de la EFF y las iniciativas pioneras de Barlow para hacer realidad la increíble promesa de Internet. Sin embargo, puede que por mis antecedentes soviéticos, mi filosofía difiera en un aspecto clave. Aunque el mundo siempre necesita visionarios utópicos para ayudarnos a darnos cuenta de nuestro potencial y a fomentar nuestros sueños, mi lado realista me recuerda que usar el potencial de cualquier tecnología depende de las intenciones de las personas que la utilizan. A pesar de que Internet ofrece un espacio que puede parecer que va más allá de las dinámicas de poder tradicionales, se ha convertido en otro estadio en el que se producen los mismos conflictos globales que estallan fuera de Internet. El mundo digital es inseparable del humano, no podemos escapar de los problemas de un mal gobierno y valores odiosos mediante una ilusión seductora de ciberutopía. Debe ser posible influir en la arquitectura de Internet para que a los delincuentes y las dictaduras les sea más difícil abusar de su poder sin perder la libertad y la innovación permitidas en el mundo libre.

Como parte de la lucha contra la represión, debemos pedir a las principales empresas tecnológicas que pongan de su parte, además de establecer medidas de diseño tecnológico de sentido común para que sea más difícil realizar un mal uso de las herramientas tecnológicas. El control, la transparencia y la responsabilidad son siempre elementos esenciales, no hay otra forma de generar la confianza necesaria para distinguir entre el mundo libre y el que no lo es. Estos pasos, junto con un impulso social más general hacia la libertad y la democracia, pueden ayudar a transformar la atractiva visión de los optimistas de Internet, como Barlow, en una realidad permanente.

 

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