Cómo la política de seguridad y estabilidad más eficaz no es, en realidad, política.
En mis anteriores publicaciones del blog, he tratado con frecuencia el tema de que Internet saca a la luz conflictos latentes, ya hemos hablado de noticias falsas, de la vigilancia del gobierno, de la ciberseguridad de las fronteras nacionales o de las expresiones de odio. Ahora, me gustaría plantear que en determinados casos también funciona en el otro sentido. Lo vimos, por ejemplo, en Charlottesville, donde grupos supremacistas blancos marcharon con antorchas encendidas. Las tensiones que han estado latentes durante mucho tiempo en Internet se han pasado ahora al ámbito de la interacción personal, donde han explotado con gran fuerza. Algunos difíciles capítulos de la historia de Estados Unidos han resurgido y ciertas perspectivas, que nos gustaría pensar que se habían erradicado, siguen muy vivas. No hay ninguna duda de que las imágenes de los episodios de Charlottesville fueron dolorosas, pero quizás es mejor exponer estas circunstancias que vive la sociedad. Si el público no toma conciencia de estas situaciones, podemos continuar negando su existencia de forma colectiva. En cambio, si se sacan a la luz, debemos afrontarlas y reaccionar de una forma que se ajuste a nuestros criterios de orientación.
Un posible, e indeseable, resultado de esta reciente efusión de hostilidad sería que se fomentara la difusión de expresiones de odio, tanto dentro como fuera de Internet. Por un lado, la aceptación pública de los grupos fascistas no es suficientemente amplia como para ganar importantes batallas políticas. Por otro, los grupos de izquierda son capaces de modificar la forma en que regulamos las expresiones de odio en este país. Entre ellos, se incluye el movimiento «antifa», que captó tanta atención mediática durante las pasadas semanas. Es muy probable que se proponga una legislación antifascista, a semejanza de las leyes contra las expresiones de odio en Europa, de las que hablé en mi última publicación.
El problema relacionado con esta legislación es que, aunque se podría empezar a censurar cierto tipo de contenido que se vea, de forma unánime, como merecedor de esa censura, este poder se usará inevitablemente en contra de otros tipos de expresión. Por ejemplo, el lenguaje políticamente incorrecto, las críticas a personas del gobierno, como políticos, militares o fuerzas de orden público, o bien incluso las solicitudes para acabar con ciertos programas gubernamentales. La politización y la regulación de las expresiones, incluso las que más se deban condenar, siempre se debe sopesar teniendo en cuenta el peligro que puede suponer ampliar el alcance del gobierno. Las herramientas que hoy se crean con buenas intenciones, mañana se convierten en elementos fundamentales para su utilización como armas de abuso de poder, represión, amenazas a la seguridad y persecución. Además, como escribí en el pasado, el poder que se le da al gobierno es casi imposible que lo devuelva.
También plantearía otra pregunta que deberíamos cuestionarnos: ¿sería realmente una victoria prohibir las expresiones de odio en la abierta expansión de Internet? Si fuéramos a conseguir hacerlo, los defensores de los puntos de vista extremos simplemente se desplazarían a oscuras esquinas en las que no se les pudiera vigilar, como ya ha ocurrido en el caso de dos importantes sitios web de extrema derecha a raíz de Charlottesville. Cuando se les empujó a la web oscura, desaparecieron del radar del público; ahora, solo los seguidores comprometidos con su causa tienen acceso a su contenido. Así, se protege nuestra sensibilidad, pero las profundas divisiones sociales y el descontento al que señalan quedan ocultas bajo la alfombra.
La ideología de los grupos nacionalistas blancos puede ser totalmente repugnante y carecer de soluciones positivas para hacer avanzar a la sociedad, pero su radicalismo suele ser la señal de una importante falta de cultura. Un número mayor de personas del que somos conscientes, o que quieren admitirlo, comparten estas creencias. Cuando cientos de neonazis tomaron las calles, su presencia se convirtió en algo inevitable y forzó a que todas las figuras políticas importantes tomaran posición rápidamente, lo cual es un resultado positivo. Otro hecho positivo es que las personas usaron sus propias cuentas de redes sociales para denunciar el racismo y todas las formas de discriminación. Esta es una manera útil de fomentar el conocimiento sobre temas que no se suelen tratar. A pesar de que ha sido un calvario doloroso, creo que puede ser un catalizador, como la presidencia completa de Trump, que ayuda a reafirmar el deseo nacional de los estadounidenses de aprovechar la diversidad, en lugar de actuar con hostilidad.
En este mundo en el que los extremos cada vez crecen más, debemos recordar que la estabilidad y la seguridad se alcanzan al encontrar el punto medio y comprometerse. Sin embargo, en las últimas décadas, los políticos estadounidenses han estado dominados por cambios drásticos de izquierda a derecha, en los que cada lado busca su identidad acusando al otro. Nos hemos acostumbrado a una mentalidad basada en culpar al otro, en la que las responsabilidades de todos los males que nos encontramos se atribuyen rápidamente a aquellas personas con las que no estamos de acuerdo. Es peligrosamente fácil pensar que la solución es simplemente eliminar los puntos de vista que nos parezcan abominables; sin embargo, como he comprobado con mi propia experiencia al vivir en un régimen comunista, este remedio solo sirve, en el mejor de los casos, a corto plazo. Lo único que garantiza es una mayor concentración de poder en manos del gobierno, poder que se usará para el avance de una serie de agendas contrapuestas, ya que el poder fluctuará de un grupo al otro.
El ejército de robots del Kremlin promociona material de la extrema izquierda estadounidense y de Bernie Sanders, que no es simplemente su leal socio en la Casa Blanca. Putin quiere promover el caos y una división que lleve a la debilidad de su rival a nivel internacional. Su objetivo no es necesariamente avanzar hacia un lado u otro, sino fortalecer los extremos del espectro. Así, se debilita el equilibrio racional, aspecto que ha sido la fuerza característica de los políticos estadounidenses en el pasado y que necesitan recuperar. Cuando los ciudadanos y los legisladores son más tolerantes a las diferencias, sin aceptarlas pero reconociendo su derecho de expresión, surge un espacio para que se haga política de forma eficaz. Además, recuerde que a veces la política más eficaz no es, en realidad, política y que lo que se necesita es sentido común, debate público y la aplicación coherente de las leyes existentes, sin dar más poder al gobierno.
El objetivo no deberían ser las medidas provisionales para silenciar a un grupo o apoyar a otro, sino los marcos a largo plazo que fortalezcan las tradiciones de la libertad y refuercen los valores democráticos de forma que se mantengan de una administración y generación a la siguiente. Tenemos que asegurarnos de que las conversaciones que han surgido a partir de Charlottesville no acaben en un callejón sin salida de recriminación; como alternativa, debemos mirar al futuro y usar la conciliación que ha surgido a partir de estos incidentes para promover nuestro discurso político y buscar un terreno común más productivo.