Las herramientas desarrolladas para crear, adquirir y distribuir datos también pueden ser utilizadas para influenciar, monitorizar y perseguir. Estos usos son ambas caras de la misma moneda.
Originalmente publicado en The Parallax
Solemos olvidar que la tecnología es un arma de doble filo. Junto con los beneficios de cada avance viene la posibilidad de que se utilice para propósitos destructivos. ISIS crea sus propios drones, botnets secuestran servicios para bloquear grandes porciones de Internet y publicaciones web omnipresentes hacen que las noticias falsas sobrepasen a las reales en las redes sociales.
Podemos apreciar el aumento de estas tendencias en la esfera de información en la que vivimos hoy en día. Las poderosas herramientas que proporcionan a las personas la capacidad de crear, adquirir y distribuir información son rápidamente adoptadas por las agencias gubernamentales y las corporaciones para expandir su influencia, recopilar datos y monitorizar las comunicaciones.
Debemos ver las dos caras de la moneda de dichos avances. Cuando celebramos el lanzamiento de un nuevo smartphone, debemos tener en cuenta que las últimas tecnologías de geolocalización y de conectividad, así como herramientas en la nube y asistentes virtuales, tienen tanto potencial para un uso abusivo como para incrementar la productividad personal.
Los peligros que presenta la tecnología actual son más difíciles de ver que los que afrontaban las generaciones previas. Mientras la amenaza nuclear era sencilla de visualizar mediante la imagen de la aniquilación bajo una nube en forma de hongo, no hay ningún paralelismo o símbolo que permita visualizar el daño que las armas cibernéticas pueden infligir. Debemos estar preparados para cualquier forma que pueda adoptar.
No estoy sugiriendo que valga la pena dejar de lado las ventajas que la tecnología ofrece para volver a una época en las que nuestra privacidad estaba más protegida. Más allá de ser imposible, significaría dejar de lado los incrementos de productividad y los estándares de vida que nuestra tecnología hace posible.
Hoy en día, cualquier usuario de Internet puede aprender, en cualquier momento, acerca de casi cualquier evento público en cualquier parte del mundo. Esta asombrosa hazaña de innovación era impensable para la anterior generación. Nuestras herramientas de información nos conectan con una vasta red de intereses compartidos, causas y sueños, más allá de nuestros círculos sociales y límites geográficos.
Pero una autoridad gubernamental que se empeñe en oprimir a su gente puede utilizar las mismas tecnologías para recopilar grandes cantidades de datos, detener protestas antes de que empiecen y llenar las redes sociales con propaganda que apoye sus ideales.
Dejar de innovar para evitar que estas herramientas esenciales lleguen a manos de los tipos malos no es la solución. Al contrario, hemos de implementar las tecnologías de seguridad más creativas que tenemos, y continuar desarrollando nuevas, para preservar el extraordinario paisaje de comunicación que hemos creado y alejarlo de interferencias.
Como siempre, es cuestión de valores. La tecnología en si es agnóstica; su poder para promover el bien o el mal depende de quien la controle. Este siempre ha sido el caso. Los combustibles fósiles alimentan la contaminación, los antibióticos crean superbacterias y un ejército de cafeteras conectadas pueden tumbar la mitad de Internet.
Cada invención viene con sus involuntarias consecuencias, que requieren de otro ciclo de innovaciones para solucionarlas. Es un ciclo eterno. No podemos volver atrás, debemos estar un paso por delante.
Para preservar el mundo en el que deseamos vivir – uno caracterizado por la libertad y una prosperidad creciente – debemos tener bien claro quién tiene acceso a las impresionantes tecnologías que tenemos a nuestra disposición. Los dictadores y los terroristas ven las nuevas vías de comunicación como una manera de expandir sus ideales. Dado que no podemos evitar que la tecnología caiga en sus manos, debemos hacerlo lo mejor posible para salvaguardarla.
Una cosa es tener información recopilada por fuerzas del orden sujetas a la supervisión de un gobierno elegido democráticamente, medios libres y organizaciones de vigilancia y otra cosa es que agencias como el KGB en estados autoritarios tengan dicho acceso. En el primer caso, puede que no nos guste que nuestra información sea accesible para las autoridades, pero en el segundo, no podemos evitar que se use para fines nefastos.
Esto no repercute en los riesgos de privacidad y las implicaciones geopolíticas de los gobiernos que espían a sus ciudadanos. ¿Utilizan todo esto para servir y proteger o para explotar y perseguir?
Mientras utilizamos nuestros teléfonos, conducimos nuestros coches o nos relajamos en casa, estamos constantemente produciendo datos que serán recopilados, compartidos y analizados. Pedimos privacidad, pero también pedimos tecnología para compartir datos que compromete dicha privacidad. La única manera de balancear dichas peticiones es vigilar quien está recopilando nuestra información y para qué la están utilizando. Cuantos más datos creemos, más debemos vigilar a los que los recopilan.
Como usuarios de la tecnología y ciudadanos, necesitamos presionar para que se creen medidas para asegurar las normas democráticas que apreciamos. La libertad no es el precio a pagar por el progreso.
La próxima vez que compruebes las notificaciones en tu smartphone, considera la capacidad de inspirar que posees: el enorme potencial para cambiar nuestras vidas a mejor y la necesidad urgente de defenderse de aquellos que cambiarían las cosas a peor.