La lección irrefutable que obtenemos de la derrota de Hillary Clinton es que los sistemas modernos necesitan medidas de seguridad modernas.
Las elecciones del pasado martes desafiaron los dictámenes de los expertos en los medios de comunicación tradicionales. Como muchos expertos han señalado con precisión, aunque tardíamente, el resultado fue un rechazo total a la clase política del país. Más que eso, fue un repudio a la red de información centralizada y dirigida por la élite, que erróneamente creía que sostenía un monopolio sobre la opinión pública. El resultado de las elecciones presidenciales de este año son un indicativo de que el dominio de los periódicos y la televisión por cable ha acabado, y que el nuevo barómetro del estado de ánimo público son las redes sociales, algo que Donald Trump entendió mejor que cualquiera de los analistas y comentaristas que predijeron su derrota.
Piensa en todas las críticas hacia la campaña de Trump por no tener suficiente campaña a pie de calle, mientras que el staff de Clinton y su equipo de voluntarios llamaban a todos los números y a tocaba a todas las puertas. Mientras tanto, la estrategia de Trump (si es que puede llamarse así) consistía en llenar Twitter de insultos, auto alabanzas y descaradas mentiras, normalmente bien entrada la noche. Sin embargo, este acercamiento pareció adaptarse mejor a los tiempos que vivimos, en los que podemos crear nuestros propios canales de información en lugar de aceptar lo que los grandes medios filtran.
Por otra parte, puede requerir un alto nivel de educación separar el hecho de la ficción en la densa jungla de información a la que nos enfrentamos en línea, dejando a muchos susceptibles al temor infundido y al chivo expiatorio que Trump ha dominado. El presidente electo de los Estados Unidos explotó el potencial de Internet mucho mejor que cualquier otro candidato en estas elecciones, ofreciendo bocados de sonido que retumbaron por las redes sociales y dejaron una duradera impresión en millones de estadounidenses. Sus ideas pueden resumirse en breves, explosivas y emocionales frases como “Construir un muro” o “Hillary la torcida”, y demostró que, hoy en día, éstas son más eficaces que los informes detallados sobre políticas que publicó el equipo de Clinton.
Por último, las elecciones se convirtieron en un referéndum sobre Clinton, una candidata profundamente defectuosa. Trump aprovechó la franqueza y la intimidad de los nuevos medios de comunicación para consolidar su condición de político forastero y, por lo tanto, crítico legítimo de la clase política arraigada. La calificación de aprobación de Obama superó el 50% (¡si es que aún podemos confiar en las estadísticas!) lo que, con ese soporte, históricamente indica que debería ganar el candidato del mismo partido. La fuerte demostración de Trump fue, en gran parte, una acusación contra el carácter empañado de Clinton, no sólo contra las políticas de la actual administración.
No intentaré dibujar todas las lecciones para la política de Estados Unidos, ya que estoy seguro de que muchas voces están intentando construir una visión coherente para el futuro. Me he limitado a comentar el modo en el que compartimos y consumimos la información.
Pero aún permanece un punto vital: la protección de la información. Del mismo modo que tenemos acceso a más y más diverso contenido, su seguridad también se encuentra bajo un peligro creciente, ya sea de solitarios hackers o de gobiernos extranjeros. El mayor error de Clinton fue su uso de servidores de correo electrónico inseguros para el envío de documentos gubernamentales de alta confidencialidad, lo que se convirtió en el objetivo de los ataques de Trump. Las continuas publicaciones por parte de WikiLeaks de los emails robados entre Clinton y sus asesores otorgaron a Trump un suministro constante de munición y abrumaron las refutaciones de Clinton. No es exagerado decir que una pobre seguridad en línea decidió las elecciones y el curso de la historia americana e, inevitablemente, de la historia mundial.
Si sólo sacamos una lección irrefutable de la derrota de Clinton es que los sistemas modernos requieren medidas de seguridad modernas. Debemos entender que la supresión no es una noción segura y que privado no es un sinónimo de seguro. Mientras reflexionamos sobre cómo estructurar y operar mejor los sistemas de información para asegurar democracias sanas, es importante no olvidar el primer paso de cualquier plan: mantener seguras nuestras conversaciones privadas y nacionales.